Concha Martínez Barreto - "Los nombres"
Luis Francisco Pérez


 

 

En una entrevista realizada unos años antes de morir le preguntaban al filósofo y sociólogo (marxista) húngaro György Lukács (Budapest, 1885-1971) si estaba más de acuerdo con la idea de “realismo abierto” de Louis Aragon, o prefería la de “realismo sin fronteras” de Roger Garaudy. La respuesta (que abrevio y comprimo), para un pensador que basó todo su discurso intelectual en desentrañar cuánto había de “real” en la Realidad, dice así: “Aún las cosas más fantásticas pueden ser realistas. El problema reside en ver hasta qué punto se pueden definir como realistas ciertas tendencias modernas. Por su misma naturaleza, el arte es infinitamente pluridimensional no sólo en cuanto al contenido sino también a la forma. Se puede entender la abstracción como un ‘realismo abierto’, y estaría de acuerdo con Aragon, pero no acabo de entender qué quiere decir exactamente ‘realismo sin fronteras’. Lo demasiado entendible para todos lleva inevitablemente a un empobrecimiento posterior” [1]. En torno a estas cuestiones -“tan poco actuales”-, y algunas más, se manifiesta la sorprendente exposición de la artista Concha Martínez Barreto (Fuente Álamo, Murcia, 1978) visible actualmente en la galería Espacio Valverde de Madrid.

Con el indefinido, más que “abstracto”, título de “Los nombres” CMB presenta un políptico de doce obras que surgen de doce antiguas fotografías familiares agrandadas -que no “magnificadas”, y la diferencia me parece un rasgo muy inteligente y sutil realizado por la artista- por medio de la demorada utilización del dibujo como “interpretación contemporánea” de esas fotografías surgidas del fondo de un álbum familiar. CMB se sirvió de la memoria de su padre para intentar establecer un impreciso “who is who” de los participantes de los grupos o reuniones familiares durante los años cincuenta y sesenta del “pasado siglo”. El entrecomillado de esta última frase lo considero importante: el reconocimiento se asienta en un presente que se aleja, como si el realismo de esos rostros “de otro siglo” únicamente pudiera levantar acta de su existencia con el desconocimiento nominal de sus nombres, o en una “des-figuración” que acercaría su “realidad” a una abstracción paradójicamente “reconocible” (no pretende otra cosa el acto de dibujar una “resurrección”) cuanto más difícil o imposible se vuelve descubrir rostro y nombre. Estas doce obras conforman la parte más numerosa de la exposición, acompañada de dos trabajos más. Uno es “Steve John, 2 weeks old”, donde contemplamos la parte trasera de una fotografía que lleva el nombre del título junto a cuarenta y ocho direcciones de distintos “steve john” de la zona (la fotografía pertenece a un álbum que la artista compró en Yorkshire), algo así como una lectura, o interpretación, de la famosa frase “Me llamo Erik Satie, como todo mundo” dicha por el compositor francés y que tanto éxito ha tenido posteriormente, en parte por las innumerables veces que la ha expresado y repetido Enrique Vila-Matas. Por último, en la exposición hay un trabajo en vídeo, “Steve John”, que es profunda y superficialmente “warholiano”: una imagen casi fija, anodina, desprovista de narración y contenido, ausente de sí misma. Es un extraño e inquietante poema visual que casi imperceptiblemente de desplaza de su eje en una expresión de tiempo derrotado o vencido.

Perfectamente podríamos acabar aquí el comentario de “Los nombres”, con esta fría y burocrática acta notarial que he reflejado en el párrafo anterior, pero ello sería de una gran desconsideración hacia la artista y su obra, e incluso denotaría una falta de profesionalidad en mi labor. En verdad creo que lo escrito hasta ahora es algo así como una versión de “La vida instrucciones de uso”, la obsesiva novela de Georges Perec, acoplada con más o menos fortuna a la obra de Concha Martínez Barreto, pero al igual que en la “puntillista” crónica del escritor francés, en “Los nombres” nada es lo que “realmente” parece, precisamente por llevar la realidad mostrada y dibujada a un “vanishing point” extremo, o punto de fuga o desvanecimiento. Desaparecida la realidad, entonces, como en el poema de Pepe Hierro “en un licor trémulo y turbio/antes de que me hunda/en el torbellino del sueño”.

El realismo, y en cualquier manifestación artística que deseemos contemplar, lo que en verdad expresa (y en ocasiones denuncia) es un problema de perspectiva, una contingencia extraviada, una representación probabilista de elementos configuradores de sentido. Estas, en origen, pequeñas fotografías, y ampliadas “manualmente” para ser comprendidas y procesadas desde el presente, lo que en verdad consiguen es un discurso (conceptualmente inteligente, visualmente bello, sentimentalmente inquietante) sobre la memoria y el tiempo -naturalmente: su afirmación es bastante gratuita por obvia-, pero el punto de inflexión no radica tanto en la memoria como en la incapacidad del recuerdo para ejercer de fiscal de aquello que, condenado al olvido, decide no tanto recordar como “formalizar”. En “Los nombres” la realidad (o mejor: la narración de la “realidad”) se transfigura en una “abstracción abierta”, susceptible de ser “nombrada”. Ahora bien, ese nombramiento –que en esta serie es profundamente español, y ello nos llevaría a un debate muy interesante: ¿el realismo en arte es siempre una manifestación “nacionalista” de las coordenadas históricas y culturales del artista?- se tensiona a sí mismo, el nombramiento decimos, en tanto que radicación concreta en las relaciones concretamente biográficas, humanas y sociales, de la misma existencia del artista. Con otras palabras: la artista nombra y formaliza una pura abstracción. Se debate entre un “realismo abierto” que a sí mismo se traiciona y un “realismo sin fronteras” que no sabe cómo desprenderse, en imposible olvido, de las raíces culturales de las que surge. En definitiva, desea olvidar (forma “abstracta”) con un empecinado recuerdo (forma “figurativa”). En este punto, algo así como una cesura entre dos versos, radica la radical sofisticación de esta obra.

Para finalizar. Se podría perfectamente resumir esta obra de Concha Martínez Barreto con unas inteligentes palabras del músico Richard Strauss: "Tenemos muchas edades y no pertenecemos únicamente a un tiempo; quizás hay que ser en cierta forma anacrónico para pensar lo contemporáneo". Estoy muy de acuerdo con esta idea. Él llevó esta máxima a su más radical consecuencia con los títulos de muchas de sus óperas, "Electa", "Salomé", "Arabella...". Miró fotografías del pasado para componer algunas de las más bellas y modernas (estremecedoras siempre) músicas del siglo XX. "Los nombres", los de nuestra artista, también conforman una ópera, un silencioso teatro lírico.

 

 

Crítica con motivo de la exposición individual Los nombres realizada en Espacio Valverde, en Madrid, en enero - febrero de 2016

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[1] Realismo: ¿Mito, doctrina o tendencia histórica? Edit. “Lunaria”, Buenos Aires 2002.