Un viaje a la propia identidad
Ernesto Castro


 

 

Concha Martínez Barreto presenta en Los nombres una serie de dibujos de gran formato hechos a partir de fotografías en blanco y negro de su familia en los años 50. El título hace referencia al anonimato de los que están, nunca mejor dicho, de cuerpo presente en los retratos, de cuyos nombres no quieren o no pueden acordarse ni los que estuvieron allí. Un anonimato que Martínez Barreto subraya con unas franjas rojas situadas a la altura a la que normalmente se sitúan las etiquetas de las fotografías de Facebook. De esta forma plantea Martínez Barreto una obra de memoria histórica a la altura de los problemas sobre la identidad mediática del presente. Si el criterio que utilizan los etólogos para atribuir autoconciencia a un individuo animal es la capacidad de reconocerse en el espejo, quizás tengamos que situar a esta misma escala especular eso que algunos teóricos de la Escuela de Francfurt llamaron Selbstverständ, la autoconcepción de las sociedades modernas en el marco de la conmemoración o aniversario de las catástrofes del siglo XX. O por decirlo con las palabras de Adorno en la conferencia “¿Qué significa elaborar el pasado?”: “¿Acaso la culpa es un complejo y agobiarse por el pasado es enfermizo, pues las personas sanas y realistas se limitan al presente y a sus fines prácticos?”. En una aproximación artística que no pretende desenterrar panfletariamente a los muertos cara a la galería, sino simplemente reelaborar estéticamente su propio pasado, Martínez Barreto dibuja unos retratos de grupo de una época, los años 50, en la que las heridas de la Guerra Civil todavía no habían suturado a través de la amnesia colectiva de la transición. Como dice la propia Martínez Barreto en el texto que escribió para el libro de ensayo colectivo (en el que participan, además de la artista, Oscar Alonso Molina, Ana Carrasco Conde, Fernando Castro Flórez, Irene López, Omar Pascual Castillo y Alberto Ruiz de Samaniego) publicado por la Fundación Newcastle y que tiene la peculiaridad de que versa en su totalidad sobre un solo dibujo, uno en el que aparece el padre de la artista brindando en primer plano: “No son sólo pocos los testimonios, también son pocas las imágenes. En contraste con la infinidad de fotografías que generamos en la actualidad, son muy escasas las que logro recopilar de mis antepasados. Todas las historias de todo un tiempo quedan encriptadas en tan solo unas cuantas fotografías. Con el acto de dibujar estas imágenes, en un dibujo lento y minucioso, trato de recomponer esas vidas, de reconstruirlas a partir de casi nada”. Más allá del contexto español, estos retratos nos obligan a replantear la relación entre los grupos de socialización primaria (la familia) y secundaria (los demás) tomando como punto de partida la famosa monografía de Alois Riegl sobre los retratos de grupo holandeses de los siglos XV, XVI y XVII, donde se estudia la formación de la conciencia burguesa a través de unos cuadros de gran formato en los que los individuos aparecen inscritos en corporaciones y gremios al mismo tiempo que su mirada se proyecta fuera de plano en distintas direcciones. Esa doble aculturación, colectivista en lo económico, individualista en lo “espiritual” (libertad de culto y conciencia, etc.) está a la base del capitalismo protestante que Weber estudió en su famoso ensayo. El texto de Riegl no es menos luterano y germanófilo en su minusvaloración de los precedentes venecianos, cuyo desarrollo económico perfectamente concordante con la tradición católica prefieren dejar de lado los weberianos de observancia estricta. El trabajo de Martínez Barreto, desde unas coordenadas radicalmente distintas, plantea cuestiones interesantes sobre la relación entre el nacionalcatolicismo y el desarrollo ingenieril del franquismo que tan brillantemente ha estudiado Lino Camprubí en Engineers and the Making of the Francoist Regime. Se suele decir que en España nunca ha habido separación de poderes y estos dibujos pueden tomarse como una ilustración de esa connivencia entre los tres famosos poderes, que no son el ejecutivo, el legislativo y el judicial, sino el religioso, el militar y el civil: en un mismo plano se encuentran el cura y el guardia civil; solo falta el médico del pueblo para completar la imagen barojiana (ciertamente estereotipada) de la España que se resiste a morir. Desde un punto de vista formal, la mayor parte de los asistentes a la exposición apreciaron los dibujos de Martínez Barreto por la viveza de los ojos retratados. Yo, como no tengo ni idea de esto, me sumo a la voz del pueblo. Lo único que quisiera subrayar críticamente es que el formato de los dibujos quizás debería ser más grande, con todo lo grande que son ya estas ampliaciones a partir de negativos prácticamente de tamaño carnet, pues así podría apreciarse mucho mejor la “artesanía” del lápiz dejando su trazo sobre el papel.

 

Reseña en prensa de la exposición individual Los nombres en Espacio Valverde. Capital Arte, Marzo de 2016.